Pequeño hombre, grandes obras

por | Nov 15, 2015 | Critica | 0 Comentarios

Rosa M. Peinado Reillo

Cuando Pedro me pidió participar en esta monografía mi primera idea fue excusarme. No pensaba (ni pienso, aún hoy) que merezca este honor y, sobre todo, no sé si seré capaz de plasmar en palabras acertadas sentimientos verdaderos. Pero no podía hacerlo, no podía negarme. Siento admiración por su obra y, lo que todavía es más importante, siento admiración por su persona.

Escondido detrás de una barba y unas gafas, Pedro es, a la vez, delicadeza y fuerza. Un hombre pequeño y dulce que podría parecer frágil, con su hilo de voz susurrante, pero que tiene una fuerza interior y creadora desbordante.

Sorprende siempre con su obra de gran personalidad y autenticidad, aunque yo no puedo hablar de su calidad artística. Eso corresponde a los expertos. Yo sólo puedo hablar desde mi subjetividad, a través de las emociones que me producen sus trabajos y su persona. Y desde ahí, creo también que su obra produce admiración en todo aquel que la contempla y la disfruta, en el aficionado al arte que reconoce un trabajo detallista, laborioso, y en cualquier persona sensible a quien conmueve trasladando sus universos, unas veces oníricos y otras, más pegados a lo mundano. Y cuando te acercas a la personalidad cautivadora de su autor, definitivamente, caes rendido.

Elegantes caballos animados, animales fabulosos recién salidos de sueños, gráciles mariposas, curvilíneos talles femeninos, la vida que alumbran, la música que envuelve cuerpos, guitarras tocando, saxofones sonando, y hasta dúos musicales… Todo está ahí, en la obra escultórica y pictórica de Pedro. Vida, mucha vida, y sueños, muchos sueños.

Es el artista hecho a sí mismo. Autodidacta, siempre inquieto, nunca conformista. Con afán de seguir aprendiendo, con ímpetu de ampliar horizontes, de abrir nuevos diálogos con el público, con todo el público, no sólo con el que se acerca a museos o galerías de arte sino con la gente que pasa por la calle. Con sus grandes instalaciones al aire libre, en vías o plazas, y en espacios públicos, nos ha dicho: el arte está aquí, y ahí, en cualquier lugar o cosa… y el arte también puede hacerte pensar, piensa.

Pedro comparte la pasión por el arte con su familia, pero no sólo con ellos. Es un hombre solidario y generoso que abre su hogar en Villavieja del Lozoya a todos los artistas que lo deseen para compartir su sala de exposiciones construida por él mismo.

De mirada sincera, franca, trasmite esa serenidad que parece no poder ser alterada. Como si nada pudiera enfadarle. Aunque, quizás, no siempre sea así… Ese pequeño gran hombre, comedido, de pocas palabras, sabio.

Hombre pequeño de grandes obras. ¿Quién si no él puede insuflar vida al hierro en esos nobles caballos alzados al viento? ¿Quién si no él ha sido capaz de dar porte de dragón a urinarios y sanitarios convertidos en este animal mitológico? ¿Quién si no él ha conseguido un Récord Guiness? O ¿quién si no él ha dado tantas y tantas segundas oportunidades: a piezas de desguace, viejos teclados, tuberías de PVC, sillas de plástico, huesos, periódicos, cartón…?

Porque, preocupado por todo lo que le rodea, Pedro mantiene un “diálogo amable con la naturaleza” (como dijo uno de sus críticos) ya que para él todo puede tener una nueva vida, incluso mejor que la anterior existencia, como aquellas tuberías que dejando el subsuelo fueron universo en expansión. Una inquietud que llevó hasta en el último adiós con sus ataúdes ecológicos. Y es que hasta la muerte, como dice el propio Pedro, es “todo un arte”.

Sólo alguien como él puede tener una visión más allá de lo simple, de lo que está a primera vista, traspasar el mero carácter instrumental de las cosas y concebirlas en armonía con sus semejantes o su entorno para exaltar su lado más estético.

Alguien con el que compartiendo una conversación parecen calmarse las tormentas interiores, saciarse las ansias o serenarse el espíritu… Esta es la persona a la que conozco y a la que admiro. Este es también el artista, el pintor, el escultor. Este es Morillo, ese quijote que él también retrata, ese pequeño hombre de grandes obras.